Keiko lo sabia, nosotros también, por eso nos quedamos hasta el final, hasta el momento en que todos prendimos nuestras velas en señal de vigilia y como una metáfora de la esperanza, que renacía entre llamitas fulgurantes y una lágrima que se escapaba en medio de la penumbra. Nada mas simbólico en la historia de un país herido, de una nación fracturada y dividida por culpa del odio personal de unos cuantos.
El Fujimovil se fue alejando de mi vista como un carruaje de primavera, transportando a la reina Sofía, a lo lejos creí presagiar la calma y la tranquilidad del chino en el cautiverio de los conspicuos, navegando como un poeta de la historia de los sueños interminables. Alberto Fujimori estaría siempre allí, como un maestro dispuesto a enseñar el conocimiento a sus discípulos, a los que siempre vamos a estar poniendo las manos y la vida entera al fuego por el, porqué el nos enseño el camino y nos devolvió la esperanza, que ahora casi volvemos a perder sino fuera porque el chino todavía esta entre nosotros, encabezando esta nueva marcha.
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